Conmemorar a un criminal llamado Franco

Dice la sabiduría popular que el mejor consejo es el del adversario. Para no seguirlo. Durante décadas, concretamente cinco, una gran parte de la izquierda española ha atendido el consejo de la derecha de que lo mejor era no hablar del franquismo. Se hizo por una pléyade de razones, que van desde el exceso de prudencia al exceso de buena voluntad, pasando por lo que el tiempo ha revelado como una ingenuidad a prueba de bombas. Se hizo sin darse cuenta de que eso que la actual ultraderecha define ahora como guerra cultural ya la estaban librando al regar la política española con aquel buenismo apaciguador.

El resultado lo tenemos aquí: una parte significativa de los jóvenes de este país, que no tienen ni idea de lo que significó el franquismo porque no se lo hemos contado, y porque aceptábamos con naturalidad ese vago concepto de que “nunca llegamos al final del temario en la clase de Historia”, creen que aquella tiranía sanguinaria fue mejor que sus hermanas de Alemania e Italia, que tuvo cosas buenas, que te reías mucho con las imbecilidades que aún se pueden ver en Cine de barrio, para vergüenza -y responsabilidad- de una docena de directores generales de Radiotelevisión Española.

Este año se cumplen cincuenta de la desaparición física del tirano, y por primera vez un Gobierno legítimo se propone hacer hincapié en la conmemoración. Y, como es natural, los mismos que pidieron pasar página vuelven a aconsejarnos “no abrir las heridas”, causadas por sus predecesores políticos directos. No voy a pedir, como en otros tiempos, que expliquen en público por qué se niegan a celebrar la muerte del tirano y su agusanada corte, porque a estas alturas lo sabemos todos y lo proclaman incluso en sede parlamentaria. Creo sencillamente que es hora de dejar de seguir su consejo y empezar a poner ante los ojos de algunos ciudadanos que en el pasado no se vive mejor, como les cuentan los trileros políticos. Que el pasado que quieren venderles es como esos pisos de multipropiedad que después de comprados no existen.

Y, en el peor de los casos, poner a cada uno ante su propia responsabilidad. Que el que quiera votar por el regreso a la era más oscura no pueda después decir que no sabía lo que hacía, que pensaba que no era para tanto.

Fuente: Carlos Fortea  (Nueva Tribuna)

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