España y su torpe política internacional

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La política exterior de un país es su mejor seña de identidad ante el mundo, presenta sus mejores (o peores) credenciales, declara sus intenciones ante el resto de países, y permite que se le relacione mediante su postura ante los diversos hechos que acontecen en la escena internacional. En política exterior, no es tan importante el peso específico que se tenga como país, sino qué tipo de peso (o contrapeso) se ejerce, en la medida de las posibilidades de cada uno. Normalmente, la postura en política exterior de cualquier país es un reflejo, o una proyección si se quiere, de su propia política interna.

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El Gobierno se sitúa siempre en la postura cómoda y protegida, aunque ello represente la elección de actitudes y decisiones ilegales, indecentes y temerarias que nos traerán un saldo negativo, a corto, medio o largo plazo.

Piénsese por ejemplo en los Estados Unidos, que son quizá el caso más palpable e ilustrativo: son el país con una política interna de las más agresivas del mundo (por mucho que ellos se crean el adalid de la democracia planetaria), mediante el uso indiscriminado de armas por parte de la población civil, el asesinato frecuente de afroamericanos/as por parte de la policía racista, las terribles desigualdades, el gigantesco porcentaje de población reclusa, etc., lo cual enlaza perfectamente con su igualmente agresiva política exterior, representada por atentados, invasiones, guerras, apoyo a dictadores, injerencias continuas en terceros países, negativa a refrendar tratados internacionales o tendencia a incumplirlos, etc.

Pues bien, en el caso de España, y en relación al actual Gobierno, lo cierto es que se trata de una política exterior absolutamente nefasta, errática, e incluso peligrosa. Eludiremos hablar de nuestro terrible pasado colonial (aunque lo trataremos de pasada más adelante), por estar muy alejado del actual Gobierno, e intentaremos centrarnos en los temas más actuales. Trazaremos a continuación siquiera un mero y rápido recorrido por las actitudes, decisiones y posturas que nuestro actual Gobierno ha protagonizado durante su mandato, unas en claro continuismo con los Gobiernos anteriores, y otras en claro protagonismo. De entrada, ya podemos afirmar que nuestro Ministro de Asuntos Exteriores, José Manuel Albares, es uno de los peores ministros que del ramo se recuerdan, aunque él se escuda permanentemente en que las directrices en política exterior las marca el Presidente del Gobierno, por lo cual él es un simple ejecutor de dichas políticas.

Podemos traer a colación en primer lugar nuestra postura en relación a determinados países de América Latina, donde por historia, lengua, cooperación, amistad y complicidad deberíamos ser un actor no solo defensor de la soberanía (entendida ésta en todas sus dimensiones) de estos países, sino absolutamente respetuosos con sus decisiones internas. Pues sin ir más lejos, nuestro Gobierno fue de los primeros y más apremiantes en reconocer al títere de Juan Guaidó como representante del Gobierno venezolano, cuando su legítimo Presidente continúa siendo Nicolás Maduro. O por ejemplo, nos opusimos tajantemente a la solicitud y propuesta del Presidente de México, Andrés Manuel López Obrador, para que el Reino de España pidiera perdón (como ya están haciendo algunas potencias coloniales europeas con respecto a sus países colonizados) por las injusticias, el expolio y el genocidio practicados durante la conquista del continente americano.

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Otro flanco donde nuestra política exterior flaquea, es peligrosa, injusta e inconsistente, resulta en la supuesta “amistad” que profesamos a los Estados Unidos, ya referidos anteriormente, que no resultan ser precisamente un país confiable ni un modelo a seguir. No representamos con respecto a ellos ninguna voz discordante, asumimos sin más sus postulados, y acatamos sus “órdenes” con total diligencia. Hay que decir que, en relación a este aspecto, el actual Gobierno es claro continuista de todos los Gobiernos anteriores de nuestra “democracia”. Y por supuesto, uno de los asuntos donde se proyecta esta absoluta amistad con el interlocutor yanqui es el que tiene que ver con la defensa inquebrantable de Israel y toda su violenta política hacia los territorios palestinos ocupados, que el Gobierno español también asume en sus mismos términos, sin que tan solo una crítica salga de la cobarde boca de nuestros políticos. Es decir, que no solo asumimos el relato dominante y nos posicionamos contra el pueblo ocupado y a favor del ocupante, sino que silenciamos todas las críticas de las voces discordantes.

Pero el aspecto donde actualmente más se manifiesta esta peligrosa amistad tiene que ver con la guerra en Ucrania, y este asunto nos sirve para introducir una nueva dimensión en la ecuación de nuestra nefasta política exterior, exactamente la que tiene que ver con la OTAN (e indirectamente con nuestra pertenencia a la Unión Europea). En efecto, y ya lo hemos relatado extensamente en artículos anteriores, el conflicto que se está librando en Ucrania obedece a un plan absolutamente premeditado por los Estados Unidos y su brazo armado en el resto del mundo (la OTAN), con la absoluta complicidad y colaboración de la Unión Europea, para adherir Ucrania a los postulados occidentales (es decir, a los postulados pro Washington), y separarla de la esfera de Rusia. La guerra en tierras ucranianas no comenzó hace 106 días, como nos recuerdan continuamente los medios informativos (jamás se secuenció una guerra en los medios de comunicación como se hace con ésta), sino en 2014 (e incluso fue planeada muchos años antes), cuando se promovieron las revueltas populares que provocaron la caída de los Gobiernos prorrusos y el ascenso de los movimientos neonazis en Ucrania.

¿El papel de España en este conflicto? No únicamente seguidista hasta el aburrimiento, sino protagonista en primer plano, con unos medios de comunicación y unas decisiones gubernamentales que apoyan activamente la continuación de la guerra, mediante el envío constante de armas cada vez más poderosas a Ucrania, en vez de estar protagonizando, como se debiera, un impulso a las negociaciones de paz. Y es que parece ser que el Gobierno de Pedro Sánchez está más empeñado (como el de otros muchos países, en este caso) en que Ucrania gane la guerra, en vez de en detener la guerra. Es la OTAN, a instancias de los Estados Unidos, la que está promoviendo esta guerra por “delegación” en Ucrania, con el objeto de desgastar a Rusia y provocar su aislamiento internacional, pero son tan ineptos nuestros políticos (en este caso me refiero en general a todos los líderes europeos, pues todos entran a este juego macabro) que no comprenden que son más los peligros hacia nuestras economías que los que nosotros podamos causar a Rusia. De hecho, ya se está notando en la terrible escala inflacionaria, así como en los preliminares de una crisis alimentaria global sin precedentes.

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Pero nuestra política exterior no solamente es equivocada en sus decisiones, sino terriblemente injusta, y con una insoportable doble vara de medir que causa espanto. Y esta dimensión podemos comprobarla continuamente en el trato a los refugiados, estableciendo claramente una aberrante distinción entre el trato a las personas que escapan del conflicto en Ucrania (evidentemente hemos de proporcionarles toda la ayuda posible), con respecto al trato que ofrecemos a los refugiados procedentes del continente africano, de países musulmanes o de países de América Latina: alfombra roja para los primeros, política agresiva para los segundos. Después de tantas décadas de maltrato hacia los refugiados que huían de sus países de origen (por conflictos bélicos, porque sufrían discriminación, porque no tenían expectativas de vida y trabajo, etc.), ahora resulta que nos desvivimos por los ucranianos/as, lo cual destapa toda nuestra hipocresía y nuestra podredumbre moral, sacando a la luz nuestra intermitente solidaridad: sólo con los refugiados que nos interesan. Pero repito: aunque me refiero en concreto al Gobierno de España, hago extensivo todo este alegato a la totalidad de los Gobiernos europeos, campeones de la hipocresía, del servilismo y de la estupidez en sus mayores grados.

Vamos a destacar, para finalizar (y no hacer esta enumeración excesivamente tediosa), el caso histórico del conflicto con el Sáhara Occidental. Resumidamente, España figura (debido a su pasado colonial con respecto a este territorio) ante la ONU como potencia administradora, pero en vez de ejercer nuestro papel ante Naciones Unidas y ante Marruecos (la potencia ocupante), al actual Presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, no se le ha ocurrido otra cosa que abrazar incondicionalmente el plan de “autonomía” redactado por la monarquía alauita, en su momento respaldado por Donald Trump, que constituye toda una ofensa al pueblo saharaui, a la ONU y a toda la comunidad internacional. Entendemos que esta peligrosa decisión ha tenido que ver con las presiones de Marruecos en los diferentes ámbitos donde colaboramos con el país vecino, pero la pregunta es: ¿a qué precio?

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Pues el precio a pagar, de momento (es previsible que la situación se agrave en los próximos días o semanas) ha sido la ruptura de relaciones con Argelia (mediante la suspensión por parte del país africano del Tratado de Amistad, Buena Vecindad y Cooperación, que ha sido denunciado por el Ministro Albares ante la UE), país que históricamente ha alojado a los dirigentes del Frente Polisario, que luchan por la autodeterminación del pueblo saharaui. Creo que no se pueden superar en idiotez y cobardía estas decisiones, porque resulta que a todo ello se le une la tremenda circunstancia de que Argelia era, con diferencia, nuestro primer suministrador de gas, incluso a un precio preferente, lo cual nos situaba, con respecto al resto de países europeos, en una clara posición privilegiada. Argelia posee en este conflicto el Derecho Internacional de su parte, como se afirma en este artículo, pues ha sido nuestro país quien lo ha violado flagrantemente.

Y además, el deterioro de nuestras relaciones con Argelia no se dejará sentir únicamente en el asunto energético, sino que también afectará a la colaboración en la lucha antiterrorista, al control sobre las migraciones, y a multitud de actividades de comercio que llevamos a cabo con dicho país. Así que ahora, en pleno conflicto en Ucrania, y con el sabotaje que la UE está practicando hacia Rusia en lo tocante al petróleo y al gas, nuestro Gobierno acaba de tirar una carta que supone un evidente peligro a nuestra tranquilidad y seguridad energética. ¿Y qué se le ha ocurrido a nuestro inteligente Gobierno para paliar los efectos de esta situación? Pues agasajar al Emir de Catar, en una reciente visita oficial, con todo tipo de honores, y con la firma de determinados contratos de inversión en nuestro país, incluidos los de aumento del suministro de gas. Todo ello con Catar, un país, por decirlo suavemente, de deficiente calidad democrática. ¿Pero qué importa eso cuando de negocios se trata? Absolutamente deprimente. ¿Cómo es posible que, después de estas amistades peligrosas, pretendamos figurar en la escena internacional como un país serio y confiable?

Por tanto y en resumidas cuentas, podemos afirmar que la política exterior del actual Gobierno del Estado Español no puede ser peor: improvisación, temeridad, hipocresía, unilateralidad, doble rasero, cobardía, injusticia… en una frase, se caracteriza por colocarse siempre en el lado equivocado de la historia. Difícilmente podrá ser superada por incorrecta y nefasta esta política por cualquier otro Gobierno que asuma el poder en próximas fechas. Ni defendemos causas justas, ni nos ponemos del lado de los actores atacados u oprimidos, ni ejercemos de contrapoder ante determinadas decisiones erróneas que se toman en los foros internacionales, ni representamos ninguna voz discordante ante una escena internacional absolutamente desquiciada y caótica. No tenemos peso internacional, pero parece que tampoco queremos tenerlo. El Gobierno se sitúa siempre en la postura cómoda y protegida, aunque ello represente la elección de actitudes y decisiones ilegales, indecentes y temerarias que nos traerán un saldo negativo, a corto, medio o largo plazo. Así nos va.

Fuente: Rafael Silva

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