De un tiempo a esta parte, el Partido Socialista Obrero Español (PSOE) ha decidido apelar a la “clase media trabajadora”. Así, tanto en su presentación del nuevo curso político como en la sesión de control al Gobierno del 14 de septiembre, Pedro Sánchez hizo uso de este concepto para referirse al sector social para el que dice gobernar.
Si el término clase media, utilizado con intencionalidad política, era ya un cajón de sastre inclusivo en el que la derecha metía tanto a mileuristas como a quienes superan los 100.000 euros de ingresos anuales, la entelequia de la “clase media trabajadora” usada por un partido que se dice de izquierdas parece, directamente, una tomadura de pelo.
Sorprende -o quizás no- que sea el PSOE quien haya tomado el relevo del moribundo Ciudadanos en esta búsqueda de la transversalidad política, máxime cuando hablamos de un partido que, a pesar de todo, todavía mantiene la palabra “obrero” en sus siglas. Conviene recordar que el PSOE fue creado en el siglo XIX por “dos docenas de trabajadores” y su principal apoyo electoral se encuentra, incluso hoy, en esa clase trabajadora más tradicional que se antoja bastante distante de la cultura mesocrática que es hegemónica en los discursos políticos y mediáticos. Se trata de una clase que está muy lejos también de las rentas que Pedro Sánchez dice querer proteger cuando sustituye, en su imaginario, “clase media trabajadora” por clase obrera.
Podríamos asombrarnos por este reiterado ejercicio de negación e invisibilización de la clase trabajadora por las organizaciones creadas por ella. Sin embargo, solo quienes desconozcan un proceso que lleva desarrollándose décadas, podrán creer que estamos ante algo nuevo. Desde que los gurús neoliberales decretaron el fin de las clases sociales para ocultar su ofensiva contra la clase trabajadora, las coordenadas políticas han cambiado. La izquierda europea pasó de la socialdemocracia al social liberalismo, asumiendo el vocabulario y los marcos de análisis de la derecha, en una lógica electoral “atrápalo todo” dirigida a ampliar su base electoral al centro, lo que no siempre le ha funcionado, por cierto. Nos encontramos ante la política-marketing al servicio de la gestión tecnocrática de los intereses de las élites, paradójicamente avalada en las urnas por las propias víctimas del sistema. Una política de clase, sin ninguna duda, donde el funambulismo retórico esconde las divisiones clasistas que se profundizan por el impacto de un capitalismo desaforado. Cualquiera diría, por sus palabras, que ya no hay ninguna clase obrera a la que defender.
Habrá quien argumente que estamos ante discursos muy bien calculados, precisos en su intención de dirigirse a ese porcentaje de españoles, aparentemente mayoritario según las encuestas del CIS, que se autoidentifica subjetivamente con la “clase media”. En ese sentido, se trataría de una mera adaptación del PSOE al sentir popular, no una negación de la realidad de las clases sociales en el siglo XXI. Porque, conviene destacarlo, aunque a muchos les parezca incómodo o anacrónico: las clases sociales siguen existiendo. La clase media es un eufemismo de la burguesía y la clase trabajadora aún tiene vida por sí misma, sin necesidad de ser subsumida en ninguna otra categoría como “clase media trabajadora” para ahogar décadas de orgullo y conciencia de clase o para difuminar el miedo que, en esos mismos que niegan su existencia, genera su simple mención.
Tener un trabajo, las necesidades básicas más o menos cubiertas y un relativo, aunque menguante, poder adquisitivo, no convierte a nadie que viva de su trabajo en una clase social que no sea la trabajadora. Creer, además, que un asalariado con buenas condiciones laborales deja de ser algo distinto a la clase obrera, solo porque tenga un buen salario y con él pueda consumir productos o experiencias antes vetadas a nuestra clase social, es estar muy equivocado. Si me estás leyendo y piensas lo contrario, despierta, te han estado engañando. Y lo peor es que lo han hecho con una trampa grande: asociar la precariedad a la clase trabajadora, como si la pauperización creciente de nuestra clase fuera una fatalidad producto de factores sobrenaturales y no resultado de la codicia que mueve el capitalismo. Esto es un propósito que discurre en paralelo a la negación de posibilidad de una clase trabajadora con buenas condiciones de vida, ocultando así la conclusión lógica que se desprendería de ello: que aquellos sectores de los trabajadores que han conseguido mejores condiciones de trabajo o salariales son quienes se han organizado más y mejor para defender sus derechos.
El capitalismo no se ha acabado, ni la explotación de la clase trabajadora. Por eso resulta absurdo llamar a la clase trabajadora de otra manera. Pero esta confusión tiene una intencionalidad política. Si todos somos clase media, ¿Qué sentido tiene la lucha de clases? Pretenden hacernos creer que somos afortunados por estar en el medio, lejos de la categoría de parias de quienes integran la “clase baja” y casi a un paso del Olimpo de los dioses que se encuentra arriba, entre la “clase alta”. Se trata de un discurso que difumina el conflicto a la vez que vende auto adscripción de clase aspiracional. No obstante, la adición de “trabajadora” al concepto “clase media” que hace el PSOE demuestra que aún se debe contar con esta clase a la que tantas veces se ha querido ignorar pero que todavía es indispensable para ganar elecciones.
Fuente: Arantxa Tirado (La Marea)